Kia Ora!
Debo, antes que nada, pedirles perdón a mis fieles groupies por esta larga demora en la actualización del blog; pero recién hoy encuentro un momento de paz para sentarme a escribir sobre lo que fue mi viaje a la Nueva Zelandia para mi mid-semester break.
Es un poco difícil revivir las experiencias y emociones de este viaje, no porque hayan pasado tantos días desde que llegué, sino porque desde que volví no he parado y creo que han sido las semanas más intensas de todo mi intercambio por lo rápido que ha pasado todo: llegué de vuelta a los mid-terms y a entregar trabajos importantes para la universidad y antes de darme cuenta también llegaron mis papás a Australia! De hecho, ahora escribo desde un pueblo perdido en el outback aussie, en medio de nuestro road trip en casa rodante por Queensland, luego de haber aplanado las playas y las calles (y callejuelas) de Sydney… pero eso queda pendiente por ahora y será parte del siguiente post… ahora nos vamos a New Zealand!
Esta fue la primera vez que me voy de mi casa en Sydney por tanto tiempo seguido (10 días), así que era la primera vez que realmente me tenía que preocupar de dejar todo organizado y funcionando para los días que no estaría: ver que no quedara nada que se echara a perder en mi refri o regalarle lo que estaba abierto a mis flatmates, dejar pagado el arriendo, y además dejar varias cosas listas para la llegada de mis papás a mi vuelta. Era muy raro sentir que estaba saliendo “de vacaciones” desde Australia (MI país) a un país tan lejano (aunque paradójicamente más cercano a Chile que donde estoy el resto del tiempo) y que nunca creí que iba a estar algún día como NZ y además saber que después de las vacaciones no volvía a Chile, sino que a MI ciudad y MI país, Sydney - Australia. Quizás esto último suene repetitivo, pero de verdad todavía me cuesta creer que VIVO en este país (cuando tengo que llenar algún formulario, mi dirección no es en Chilito, es en Aussie Land)
La aventura empezó cuando salí de mi casa a encontrarme con parte del team NZ en el paradero de Anzac Parade frente a UNSW para tomarnos la micro al aeropuerto. A pesar de todos nuestros cálclulos y de haber revisado mil veces el horario de la micro, obviamente ese día se atrasó más que nunca antes y sufrimos con que perderíamos nuestro vuelo. Por suerte finalmente llegamos a la hora, nos encontramos con el resto del team y partimos a embarcarnos.
A todo esto, el team NZ lo integraban Vanina, Laure y Kevin (franceces), Giulia y Jacopo (italianos), Willem (holandés) y yo. El hecho de ser el único latinoamericano del grupo me gustaba porque me aseguraba que no iba a hablar en castellano con nadie, pero a la vez yo era el “extranjero”, porque todos mis co-viajeros compartían grandes historias de Eurotrips, Eurails, Europas del Este, Villas Griegas y toures por el Mediterráneo y comparaban a cada rato las cosas que íbamos viendo con sus recuerdos europeos. Lo divertido fue que a pesar de que el inglés era el idioma unificador del grupo, las mini sociedades de los estados europeos no se demoraron en conformarse, por lo que creo que después de este viaje aprendí más francés e italiano que inglés. Con Willem conformábamos la sociedad de los iletrados, porque como no teníamos a ningún compatriota presente, sólo podíamos participar de las conversaciones cuando se llevaban a cabo en inglés. Así que cuando se nos “informaba” de alguna determinación del grupo, a qué lugar iríamos al día siguiente, en qué restaurant comeríamos, etc., sin dar nuestra opinión, la acatábamos diciendo “ok, apparently that decision was taken in italian or french…”
Esto fue otra de las cosas nuevas y locas de este viaje: no sólo estaba viajando por NZ (!), sino que además estaba viajando en camper con 6 europeos, todos de intercambio en UNSW igual que yo, cada uno con culturas y costumbres diferentes… amigos exchange, pero que sólo conoces hace 1 mes o menos y que no conoces realmente, y de repente te encuentras conviviendo con todos ellos día y noche en un país desconocido y adentro de una casa rodante! Esto fue un GRAN desafío, porque nunca creí que fuera tan complicado decidir hasta las más mínimas actividades cotidianas, cuando es un grupo-de-estudiantes-extranjeros-de-intercambio-en-Australia-y-viajando-por-NZ el encargado de tomarlas: los primeros días nos demorábamos horas en decidir si debíamos comprar jugo de naranja o de manzana para el desayuno, o si el chicle había que comprarlo en el kiosko de la esquina o en el de la vereda del frente! Creo que esto fue así sobre todo los primeros días, porque cada uno estaba tratando de demostrar su personalidad y hacer valer sus propias opiniones y expectativas personales que se tenían de este viaje, por lo que cada uno trataba como podía de “venderle” su opinión y por qué era el mejor camino a seguir: un verdadero caos. Pero yo decidí que esto no podía y no iba a matarme mi viaje, así que aplicando la filosofía laid-back de “filo perrín, de ahí veeemos” que tan bien hace en el intercambio, me dejé llevar no más y no crear más conflictos porque al final cualquier decisión que se tomara igual era algo nuevo o algo que nunca antes había hecho y además en NZ, así que funcionaba para mi. En todo caso, este caos del principio duró sólo 2 o 3 días hasta que los ánimos se pacificaron y las personalidades se domaron. El viaje fue un éxito y realmente inolvidable! O como diría un kiwi, estuvo OUTSTANDING!
Lo que quiero decir es que lo loco del intercambio es hacer todos estos viajes que jamás pensé que haría, con personas que no son tan cercanas y que vienes recién conociendo, en lugar de compartirlos con las personas más importantes y que uno más quiere: me hizo mucha falta mi Maidita (además era el paraíso de la fotografía) y me acordé a cada rato de mis amigos del alma en Chile, me acordé demasiado de nuestro road trip del año pasado, los guitarreos, los juegos y las conversaciones hasta tarde en la noche, la chimichanga y los cementerios de Volkswagens… pero fue una experiencia única y que no voy a olvidar nunca: 10 días, 2 islas, 7 estudiantes de intercambio, 5000 kilómetros recorridos e infinitos recuerdos y anécdotas de un viaje y un país que voy a recordar siempre y al que ya me prometí volver algún día.
El viaje empezó por la isla Sur: volamos desde Sydney hasta Christchurch, la ciudad más importante de la isla, pero que no es más grande que Osorno. De hecho, en NZ no existen las grandes metrópolis, las ciudades mantienen hasta hoy ese encanto de “pueblo chico” que lo hacen ser un país único en el mundo. De hecho la ciudad más grande, Auckland, tiene solamente 1 millón de habitantes y las que le siguen no superan las 100.000 personas. Es un país VERDE, la naturaleza brota hasta por debajo de las piedras y todo está lleno de VIDA. La isla Sur, donde empezó mi viaje, empieza a la misma latitud que Chiloé, y calculando creo que llega hasta la altura de las Torres del Paine, por lo que estuve más al sur del mundo en NZ que nunca antes en Chile o en mi vida… y eso se siente. Aunque nunca he estado tan al sur en Chile, es impresionante cómo todo lo que veía me recordaba a Chile. Después de este viaje creo más firmemente que nunca toda esa teoría de que el mundo fue alguna vez un sólo pedazo de tierra, y si así fue, no me cabe duda de que NZ fue alguna vez parte del cono sur de América: geográficamente son asombrosamente iguales; cada uno de los ríos, montañas, glaciares, lagos y bosques me recordaba a algo que yo conocía o había visto en fotos de Chile, hasta detalles muy específicos como el tipo de piedras y los árboles eran iguales!! Me sentí muy “como en casa” y aluciné con los paisajes, ver la naturaleza de esa forma, así de virgen y así de bien protegida es algo impagable. De verdad creo que todo este país perdido en el sur de Oceanía es uno de los pocos lugares en el mundo que siguen intactos, que casi no tienen presencia humana en la mayoría del territorio (en NZ hay 4 millones de personas y 40 millones de ovejas!) y que tarde o temprano van a ser una especie de oasis y santuarios para el resto del mundo, algo así como una reserva mundial de naturaleza, hielos y agua dulce. Además en NZ existe un respeto ejemplar por su cultura aborigen: los maoríes. Están completamente insertos en el funcionamiento político y administrativo del país, el maorí es idioma oficial igual que el inglés por lo que todos los carteles, avisos y los nombres de los lugares están en inglés Y en maorí -empezando por New Zealand/Aotearoa-. A diferencia de la gran mayoría de los países del mundo con culturas aborígenes, en NZ ésta es un orgullo y la parte más importante de su identidad frente al resto del mundo.
En Christchurch solamente pasamos la noche y sólo pudimos ver parte del centro aunque no mucho porque hacía mucho frío (cambio extremo de climas comparando con Sydney, como pasar del clima de Santiago al de Puerto Montt) y al día siguiente pasamos a buscar nuestros medios de transporte para el viaje: una camper tipo “pan de molde” para 3 personas y una 4x4 con carpa en el techo para 4 personas. Y emprendimos viaje rumbo a Queenstown, al sur de la isla Sur y que es conocida como “NZ´s adventure capital”. Esta ciudad es como La Meca de quienes buscan cualquier cosa que tenga que ver con turismo aventura: es un pueblo del porte y con el mismo ambiente que Pucón, pueblo chico pero con aspiraciones (y tiendas y restaurantes) grandes y que vive en un 100% gracias al turismo (de lago y río en verano, y de nieve en invierno). Para donde uno se de vuelta, hay un centro ofreciendo todo tipo de aventuras extremas: rafting, bungy jumping, skydiving, jet boating, viajes en helicóptero, etc., y todo tipo de tours por todos los alrededores (que además son los parajes de la película Lord of the Rings -el director es kiwi-). Como en Queenstown teníamos programado quedarnos un par de días (sin manejar durante el día), analizamos todas las opciones, comparamos precios y diferentes empresas que ofrecían lo mismo y dejamos reservados al tiro los paseos. El primer día hicimos jet boat con Willem y Kevin y al día siguiente hice rafting! Los dos paseos eran en el mismo río, el Shotover River (que era un río como los de la patagonia chilena: con agua turquesa-gris, no tan profundos y con hartos rápidos), y estuvieron increíbles, la sensación de adrenalina en su máxima expresión: SWEET ASS, MATE! Además de lo entretenido de los paseos, eran una buena oportunidad para ver los paisajes del lugar y sentir la naturaleza en vivo y en directo (el día del rafting incluso nos dejaron tirarnos de la balsa en un tramo y dejarse llevar por la corriente y hacer body rafting en uno de los rápidos).
Mientras estábamos en Queenstown sufrimos el primero de los percances del viaje: a nuestra 4x4 se le rompió el eje delantero sin ninguna razón clara y quedó inutilizable… así que parte del grupo tuvo que interactuar con talleres mecánicos y compañías de seguros kiwis, todos esos trámites que ni en el país propio se entienden, en NZ… por suerte teníamos el seguro completo y la compañía nos pasó un auto normal para el resto de los días y acordó pagarnos alojamiento en moteles y hostales para el resto del viaje para 4 personas… al final todo este incidente fue un hit, porque nos íbamos turnando así que noche por medio me tocaba dormir en una cama de hotel (en lugar de saco de dormir dentro de la camper) y además teníamos baño y ducha de lujo para los 7 todas las mañanas. Al día siguiente tuvimos otro evento desafortunado: se nos quedaron las llaves adentro del auto normal, por lo que perdimos una mañana completa llamando a cerrajeros de un pueblo neozelandés de no más de 200 habitantes, hasta que logramos dar con uno y abrir el auto.
El viaje siguió con rumbo a Franz Josef, una villa a los pies del glaciar del mismo nombre. Según me informó el team Europe, era igual a un pueblo suizo en los Alpes. En este lugar, para seguir con la actividad outdoor extreme, hicimos una caminata con crampones sobre el hielo del glaciar. Creo que esta fue una de las cosas más increíbles de todo este viaje, porque mirar un glaciar y estar caminando sobre él son cosas totalmente diferentes! Lo más choro es que estando sobre el glaciar uno está en un mundo paralelo, independiente de lo que está pasando a sólo unos metros en “tierra firme”, Dentro del glaciar (y sobre él) pasan cosas: hay cascadas, ríos, cuevas, grietas, etc. y uno se olvida que a sólo unos metros hay un bosque, con otros ríos, otros animales, etc., el glaciar es como un mundo independiente y uno sólo vuelve a “la realidad” cuando sube a la superficie lo suficiente como para ver lo que está pasando alrededor. Nuestro hostal esa noche fue uno de los mejores donde estuvimos, y llegamos en la noche a darnos un hot tub después del frío del glaciar y el cansancio de la caminata. Nuestra actividad de las noches casi siempre consistía en hacer una tallarinata en la pieza de nuestros moteles y acostarnos temprano para seguir manejando al día siguiente. Manejar al lado izquierdo fue bien complicado y muy raro al principio, pero la verdad es que después de unos kilómetros uno se acostumbra y es como que el cerebro se readecúa a hacer todo al revés: adelantar por la derecha, pasar los cambios con la mano izquierda y señalizar con la perilla del lado izquierdo!
Mi último día con el grupo lo pasé en Abel Tasman, un Parque Nacional al norte de la isla Sur, donde nos tocó lluvia así que tuvimos horas de calma en el hostal (sin manejar), y donde al final hicimos un paseo en lancha que nos llevó a conocer varias playas y la costa, y aunque el clima no nos dejó aprovecharlas como hubiésemos querido, quedamos impresionados por lo bonito del paisaje, que se parecía a las islas de Jurassic Park, todo verde tipo selva y con acantilados y playas de arena bien amarilla (casi dorada). Esa tarde llegamos a Picton para tomar el ferry que nos cruzaría a la isla Norte, y una vez que llegamos a Wellington (la capital de NZ -al sur de la isla Norte-) yo me separé del grupo porque me iba directo a Auckland (el resto tenía una parada más entremedio que yo me perdí: Lake Taupo) a encontrarme con la familia de kiwis amigos de mis papás. Como mi avión salía de Wellington a las 8 de la mañana y llegamos en el ferry a las 2 de la mañana, yo preferí que me dejaran en el aeropuerto y esperar mi vuelo ahí (y de pasada ahorrarme una noche de hostal, jaja!)… pero lo que no calculé es que la capital de NZ, sí, la capital, cierra su aeropuerto en las noche entre 2 y 4 am… así que tuve que abrigarme bien, puse mi mochila de almohada y me tiré como homeless a pasar la noche miserablemente en la vereda del aeropuerto. A las 4 cuando abrieron las puertas, agarré mis cosas y seguí mi “siesta” en la puerta donde me subiría al avión. Puse mi despertador, me levanté para hacer el check-in y me subí al avión.
Llegar a Auckland y ser recibido por una FAMILIA era algo que estaba esperando desde que llegué a Australia y que añoraba con muchas ganas desde esa primera etapa crítica que pasé en Sydney cuando recién llegué al intercambio. De hecho, en esa etapa cuando estaba echando tanto de menos me acuerdo que puse en el calendario de mi pieza cuántos días faltaban para sentir el cariño de una familia de nuevo, y al fin ese día había llegado! Pauline y su familia fueron un siete conmigo, me tenían organizado un fin de semana de actividades para conocer la zona donde vivían -al norte de Auckland- en una zona super campestre, con ovejas y venados en los jardines de las casas. Me invitaron a comer a restoranes ricos y comí todo lo que no había comido en 3 meses: buena carne, miles de frutas y verduras, camarones, pan rico (no de molde), comida casera, etc. Y yo me dejé regalonear y aproveché todo con ganas, sin hacerle asco a nada! Entendí muy bien a Vreni cuando estaba en mi casa en Rupanco en el verano y se emocionó al estar con una familia de nuevo después de tanto tiempo, a mi me pasó lo mismo: sentir ese cariño familiar de nuevo, vivir en una casa por unos días y estar bien atendido por ellos fue un regalo impagable y se los voy a agradecer siempre. Además que es en momentos como éste cuando uno más se da cuenta de lo importante, de lo única y de lo valorable que es la propia familia, y que uno aprecia más que nunca cuando la tiene lejos. Otra cosa tipo dato freak que me di cuenta mientras estaba con ellos es que era primera vez en 3 meses que veía de nuevo a “gente adulta” e interactuaba con ellos, o sea, me refiero a que en el intercambio uno está, habla, estudia, come, vive todo el tiempo con gente de mi edad, y hasta ese momento no me había dado cuenta de que no había hablado ni convivido con “adultos” en todo el intercambio! Me pareció divertido comentarlo, porque representa algo de esa “dimensión paralela” que uno vive estando en el intercambio, porque muchas cosas son y funcionan diferente a la “vida real”.
A la vuelta, teníamos que estar a las 6 de la mañana en el aeropuerto para tomar nuestro vuelo de vuelta a Sydney. Cuando llegué al aeropuerto, lo primero que vi fueron las caras largas de mis compañeros de viaje, que habían llegado unos minutos antes, y que me informaron que “la aerolínea argentina” estaba atrasada y que nuestro vuelo saldría 12 horas después de lo presupuestado… por supuesto, mi orgullo latinoamericano quedó por el suelo, y la única oportunidad que nuestro continente tenía de demostrarle al team Europe que tan mal no estábamos había sido desaprovechada… y el hecho de pertenecer al país vecino me hacía un poco responsable de la impuntualidad latina. Algo pudieron reivindicarse nuestros hermanos argentinos porque nos llevaron a pasar el día a un hotel donde nos comimos todo lo que encontramos sacándole el jugo a la inversión que habíamos hecho en el pasaje. Finalmente, luego de 12 horas y media de espera, me subí al avión y todavía me estaba esperando mi “desayuno” Kosher (Andrew, te llevo las recetas hit de Kosher Skychefs).
La vuelta a Sydney me trajo muchos recuerdos de esa primera llegada en Febrero: solo, sin conocer a nadie, sin saber dónde estaba parado y menos qué micro tomar o a dónde ir… mientras que ahora llegaba al mismo aeropuerto con mis amigos, a tomarme la 400 para llegar a Anzac Parade a mi casa.
En esta oportunidad quiero mandarles un saludo especial a mis groupies virtuales que en estos días se han hecho presentes también de manera no virtual a través de cartas y postales de puño y letra que me han emocionado mucho y me hacen estar cada día más agradecido por todo su cariño, su amistad incondicional y su compañía constante. Los quiero mucho a todos y les mando un abrazo muy grande!
Debo, antes que nada, pedirles perdón a mis fieles groupies por esta larga demora en la actualización del blog; pero recién hoy encuentro un momento de paz para sentarme a escribir sobre lo que fue mi viaje a la Nueva Zelandia para mi mid-semester break.
Es un poco difícil revivir las experiencias y emociones de este viaje, no porque hayan pasado tantos días desde que llegué, sino porque desde que volví no he parado y creo que han sido las semanas más intensas de todo mi intercambio por lo rápido que ha pasado todo: llegué de vuelta a los mid-terms y a entregar trabajos importantes para la universidad y antes de darme cuenta también llegaron mis papás a Australia! De hecho, ahora escribo desde un pueblo perdido en el outback aussie, en medio de nuestro road trip en casa rodante por Queensland, luego de haber aplanado las playas y las calles (y callejuelas) de Sydney… pero eso queda pendiente por ahora y será parte del siguiente post… ahora nos vamos a New Zealand!
Esta fue la primera vez que me voy de mi casa en Sydney por tanto tiempo seguido (10 días), así que era la primera vez que realmente me tenía que preocupar de dejar todo organizado y funcionando para los días que no estaría: ver que no quedara nada que se echara a perder en mi refri o regalarle lo que estaba abierto a mis flatmates, dejar pagado el arriendo, y además dejar varias cosas listas para la llegada de mis papás a mi vuelta. Era muy raro sentir que estaba saliendo “de vacaciones” desde Australia (MI país) a un país tan lejano (aunque paradójicamente más cercano a Chile que donde estoy el resto del tiempo) y que nunca creí que iba a estar algún día como NZ y además saber que después de las vacaciones no volvía a Chile, sino que a MI ciudad y MI país, Sydney - Australia. Quizás esto último suene repetitivo, pero de verdad todavía me cuesta creer que VIVO en este país (cuando tengo que llenar algún formulario, mi dirección no es en Chilito, es en Aussie Land)
La aventura empezó cuando salí de mi casa a encontrarme con parte del team NZ en el paradero de Anzac Parade frente a UNSW para tomarnos la micro al aeropuerto. A pesar de todos nuestros cálclulos y de haber revisado mil veces el horario de la micro, obviamente ese día se atrasó más que nunca antes y sufrimos con que perderíamos nuestro vuelo. Por suerte finalmente llegamos a la hora, nos encontramos con el resto del team y partimos a embarcarnos.
A todo esto, el team NZ lo integraban Vanina, Laure y Kevin (franceces), Giulia y Jacopo (italianos), Willem (holandés) y yo. El hecho de ser el único latinoamericano del grupo me gustaba porque me aseguraba que no iba a hablar en castellano con nadie, pero a la vez yo era el “extranjero”, porque todos mis co-viajeros compartían grandes historias de Eurotrips, Eurails, Europas del Este, Villas Griegas y toures por el Mediterráneo y comparaban a cada rato las cosas que íbamos viendo con sus recuerdos europeos. Lo divertido fue que a pesar de que el inglés era el idioma unificador del grupo, las mini sociedades de los estados europeos no se demoraron en conformarse, por lo que creo que después de este viaje aprendí más francés e italiano que inglés. Con Willem conformábamos la sociedad de los iletrados, porque como no teníamos a ningún compatriota presente, sólo podíamos participar de las conversaciones cuando se llevaban a cabo en inglés. Así que cuando se nos “informaba” de alguna determinación del grupo, a qué lugar iríamos al día siguiente, en qué restaurant comeríamos, etc., sin dar nuestra opinión, la acatábamos diciendo “ok, apparently that decision was taken in italian or french…”
Esto fue otra de las cosas nuevas y locas de este viaje: no sólo estaba viajando por NZ (!), sino que además estaba viajando en camper con 6 europeos, todos de intercambio en UNSW igual que yo, cada uno con culturas y costumbres diferentes… amigos exchange, pero que sólo conoces hace 1 mes o menos y que no conoces realmente, y de repente te encuentras conviviendo con todos ellos día y noche en un país desconocido y adentro de una casa rodante! Esto fue un GRAN desafío, porque nunca creí que fuera tan complicado decidir hasta las más mínimas actividades cotidianas, cuando es un grupo-de-estudiantes-extranjeros-de-intercambio-en-Australia-y-viajando-por-NZ el encargado de tomarlas: los primeros días nos demorábamos horas en decidir si debíamos comprar jugo de naranja o de manzana para el desayuno, o si el chicle había que comprarlo en el kiosko de la esquina o en el de la vereda del frente! Creo que esto fue así sobre todo los primeros días, porque cada uno estaba tratando de demostrar su personalidad y hacer valer sus propias opiniones y expectativas personales que se tenían de este viaje, por lo que cada uno trataba como podía de “venderle” su opinión y por qué era el mejor camino a seguir: un verdadero caos. Pero yo decidí que esto no podía y no iba a matarme mi viaje, así que aplicando la filosofía laid-back de “filo perrín, de ahí veeemos” que tan bien hace en el intercambio, me dejé llevar no más y no crear más conflictos porque al final cualquier decisión que se tomara igual era algo nuevo o algo que nunca antes había hecho y además en NZ, así que funcionaba para mi. En todo caso, este caos del principio duró sólo 2 o 3 días hasta que los ánimos se pacificaron y las personalidades se domaron. El viaje fue un éxito y realmente inolvidable! O como diría un kiwi, estuvo OUTSTANDING!
Lo que quiero decir es que lo loco del intercambio es hacer todos estos viajes que jamás pensé que haría, con personas que no son tan cercanas y que vienes recién conociendo, en lugar de compartirlos con las personas más importantes y que uno más quiere: me hizo mucha falta mi Maidita (además era el paraíso de la fotografía) y me acordé a cada rato de mis amigos del alma en Chile, me acordé demasiado de nuestro road trip del año pasado, los guitarreos, los juegos y las conversaciones hasta tarde en la noche, la chimichanga y los cementerios de Volkswagens… pero fue una experiencia única y que no voy a olvidar nunca: 10 días, 2 islas, 7 estudiantes de intercambio, 5000 kilómetros recorridos e infinitos recuerdos y anécdotas de un viaje y un país que voy a recordar siempre y al que ya me prometí volver algún día.
El viaje empezó por la isla Sur: volamos desde Sydney hasta Christchurch, la ciudad más importante de la isla, pero que no es más grande que Osorno. De hecho, en NZ no existen las grandes metrópolis, las ciudades mantienen hasta hoy ese encanto de “pueblo chico” que lo hacen ser un país único en el mundo. De hecho la ciudad más grande, Auckland, tiene solamente 1 millón de habitantes y las que le siguen no superan las 100.000 personas. Es un país VERDE, la naturaleza brota hasta por debajo de las piedras y todo está lleno de VIDA. La isla Sur, donde empezó mi viaje, empieza a la misma latitud que Chiloé, y calculando creo que llega hasta la altura de las Torres del Paine, por lo que estuve más al sur del mundo en NZ que nunca antes en Chile o en mi vida… y eso se siente. Aunque nunca he estado tan al sur en Chile, es impresionante cómo todo lo que veía me recordaba a Chile. Después de este viaje creo más firmemente que nunca toda esa teoría de que el mundo fue alguna vez un sólo pedazo de tierra, y si así fue, no me cabe duda de que NZ fue alguna vez parte del cono sur de América: geográficamente son asombrosamente iguales; cada uno de los ríos, montañas, glaciares, lagos y bosques me recordaba a algo que yo conocía o había visto en fotos de Chile, hasta detalles muy específicos como el tipo de piedras y los árboles eran iguales!! Me sentí muy “como en casa” y aluciné con los paisajes, ver la naturaleza de esa forma, así de virgen y así de bien protegida es algo impagable. De verdad creo que todo este país perdido en el sur de Oceanía es uno de los pocos lugares en el mundo que siguen intactos, que casi no tienen presencia humana en la mayoría del territorio (en NZ hay 4 millones de personas y 40 millones de ovejas!) y que tarde o temprano van a ser una especie de oasis y santuarios para el resto del mundo, algo así como una reserva mundial de naturaleza, hielos y agua dulce. Además en NZ existe un respeto ejemplar por su cultura aborigen: los maoríes. Están completamente insertos en el funcionamiento político y administrativo del país, el maorí es idioma oficial igual que el inglés por lo que todos los carteles, avisos y los nombres de los lugares están en inglés Y en maorí -empezando por New Zealand/Aotearoa-. A diferencia de la gran mayoría de los países del mundo con culturas aborígenes, en NZ ésta es un orgullo y la parte más importante de su identidad frente al resto del mundo.
En Christchurch solamente pasamos la noche y sólo pudimos ver parte del centro aunque no mucho porque hacía mucho frío (cambio extremo de climas comparando con Sydney, como pasar del clima de Santiago al de Puerto Montt) y al día siguiente pasamos a buscar nuestros medios de transporte para el viaje: una camper tipo “pan de molde” para 3 personas y una 4x4 con carpa en el techo para 4 personas. Y emprendimos viaje rumbo a Queenstown, al sur de la isla Sur y que es conocida como “NZ´s adventure capital”. Esta ciudad es como La Meca de quienes buscan cualquier cosa que tenga que ver con turismo aventura: es un pueblo del porte y con el mismo ambiente que Pucón, pueblo chico pero con aspiraciones (y tiendas y restaurantes) grandes y que vive en un 100% gracias al turismo (de lago y río en verano, y de nieve en invierno). Para donde uno se de vuelta, hay un centro ofreciendo todo tipo de aventuras extremas: rafting, bungy jumping, skydiving, jet boating, viajes en helicóptero, etc., y todo tipo de tours por todos los alrededores (que además son los parajes de la película Lord of the Rings -el director es kiwi-). Como en Queenstown teníamos programado quedarnos un par de días (sin manejar durante el día), analizamos todas las opciones, comparamos precios y diferentes empresas que ofrecían lo mismo y dejamos reservados al tiro los paseos. El primer día hicimos jet boat con Willem y Kevin y al día siguiente hice rafting! Los dos paseos eran en el mismo río, el Shotover River (que era un río como los de la patagonia chilena: con agua turquesa-gris, no tan profundos y con hartos rápidos), y estuvieron increíbles, la sensación de adrenalina en su máxima expresión: SWEET ASS, MATE! Además de lo entretenido de los paseos, eran una buena oportunidad para ver los paisajes del lugar y sentir la naturaleza en vivo y en directo (el día del rafting incluso nos dejaron tirarnos de la balsa en un tramo y dejarse llevar por la corriente y hacer body rafting en uno de los rápidos).
Mientras estábamos en Queenstown sufrimos el primero de los percances del viaje: a nuestra 4x4 se le rompió el eje delantero sin ninguna razón clara y quedó inutilizable… así que parte del grupo tuvo que interactuar con talleres mecánicos y compañías de seguros kiwis, todos esos trámites que ni en el país propio se entienden, en NZ… por suerte teníamos el seguro completo y la compañía nos pasó un auto normal para el resto de los días y acordó pagarnos alojamiento en moteles y hostales para el resto del viaje para 4 personas… al final todo este incidente fue un hit, porque nos íbamos turnando así que noche por medio me tocaba dormir en una cama de hotel (en lugar de saco de dormir dentro de la camper) y además teníamos baño y ducha de lujo para los 7 todas las mañanas. Al día siguiente tuvimos otro evento desafortunado: se nos quedaron las llaves adentro del auto normal, por lo que perdimos una mañana completa llamando a cerrajeros de un pueblo neozelandés de no más de 200 habitantes, hasta que logramos dar con uno y abrir el auto.
El viaje siguió con rumbo a Franz Josef, una villa a los pies del glaciar del mismo nombre. Según me informó el team Europe, era igual a un pueblo suizo en los Alpes. En este lugar, para seguir con la actividad outdoor extreme, hicimos una caminata con crampones sobre el hielo del glaciar. Creo que esta fue una de las cosas más increíbles de todo este viaje, porque mirar un glaciar y estar caminando sobre él son cosas totalmente diferentes! Lo más choro es que estando sobre el glaciar uno está en un mundo paralelo, independiente de lo que está pasando a sólo unos metros en “tierra firme”, Dentro del glaciar (y sobre él) pasan cosas: hay cascadas, ríos, cuevas, grietas, etc. y uno se olvida que a sólo unos metros hay un bosque, con otros ríos, otros animales, etc., el glaciar es como un mundo independiente y uno sólo vuelve a “la realidad” cuando sube a la superficie lo suficiente como para ver lo que está pasando alrededor. Nuestro hostal esa noche fue uno de los mejores donde estuvimos, y llegamos en la noche a darnos un hot tub después del frío del glaciar y el cansancio de la caminata. Nuestra actividad de las noches casi siempre consistía en hacer una tallarinata en la pieza de nuestros moteles y acostarnos temprano para seguir manejando al día siguiente. Manejar al lado izquierdo fue bien complicado y muy raro al principio, pero la verdad es que después de unos kilómetros uno se acostumbra y es como que el cerebro se readecúa a hacer todo al revés: adelantar por la derecha, pasar los cambios con la mano izquierda y señalizar con la perilla del lado izquierdo!
Mi último día con el grupo lo pasé en Abel Tasman, un Parque Nacional al norte de la isla Sur, donde nos tocó lluvia así que tuvimos horas de calma en el hostal (sin manejar), y donde al final hicimos un paseo en lancha que nos llevó a conocer varias playas y la costa, y aunque el clima no nos dejó aprovecharlas como hubiésemos querido, quedamos impresionados por lo bonito del paisaje, que se parecía a las islas de Jurassic Park, todo verde tipo selva y con acantilados y playas de arena bien amarilla (casi dorada). Esa tarde llegamos a Picton para tomar el ferry que nos cruzaría a la isla Norte, y una vez que llegamos a Wellington (la capital de NZ -al sur de la isla Norte-) yo me separé del grupo porque me iba directo a Auckland (el resto tenía una parada más entremedio que yo me perdí: Lake Taupo) a encontrarme con la familia de kiwis amigos de mis papás. Como mi avión salía de Wellington a las 8 de la mañana y llegamos en el ferry a las 2 de la mañana, yo preferí que me dejaran en el aeropuerto y esperar mi vuelo ahí (y de pasada ahorrarme una noche de hostal, jaja!)… pero lo que no calculé es que la capital de NZ, sí, la capital, cierra su aeropuerto en las noche entre 2 y 4 am… así que tuve que abrigarme bien, puse mi mochila de almohada y me tiré como homeless a pasar la noche miserablemente en la vereda del aeropuerto. A las 4 cuando abrieron las puertas, agarré mis cosas y seguí mi “siesta” en la puerta donde me subiría al avión. Puse mi despertador, me levanté para hacer el check-in y me subí al avión.
Llegar a Auckland y ser recibido por una FAMILIA era algo que estaba esperando desde que llegué a Australia y que añoraba con muchas ganas desde esa primera etapa crítica que pasé en Sydney cuando recién llegué al intercambio. De hecho, en esa etapa cuando estaba echando tanto de menos me acuerdo que puse en el calendario de mi pieza cuántos días faltaban para sentir el cariño de una familia de nuevo, y al fin ese día había llegado! Pauline y su familia fueron un siete conmigo, me tenían organizado un fin de semana de actividades para conocer la zona donde vivían -al norte de Auckland- en una zona super campestre, con ovejas y venados en los jardines de las casas. Me invitaron a comer a restoranes ricos y comí todo lo que no había comido en 3 meses: buena carne, miles de frutas y verduras, camarones, pan rico (no de molde), comida casera, etc. Y yo me dejé regalonear y aproveché todo con ganas, sin hacerle asco a nada! Entendí muy bien a Vreni cuando estaba en mi casa en Rupanco en el verano y se emocionó al estar con una familia de nuevo después de tanto tiempo, a mi me pasó lo mismo: sentir ese cariño familiar de nuevo, vivir en una casa por unos días y estar bien atendido por ellos fue un regalo impagable y se los voy a agradecer siempre. Además que es en momentos como éste cuando uno más se da cuenta de lo importante, de lo única y de lo valorable que es la propia familia, y que uno aprecia más que nunca cuando la tiene lejos. Otra cosa tipo dato freak que me di cuenta mientras estaba con ellos es que era primera vez en 3 meses que veía de nuevo a “gente adulta” e interactuaba con ellos, o sea, me refiero a que en el intercambio uno está, habla, estudia, come, vive todo el tiempo con gente de mi edad, y hasta ese momento no me había dado cuenta de que no había hablado ni convivido con “adultos” en todo el intercambio! Me pareció divertido comentarlo, porque representa algo de esa “dimensión paralela” que uno vive estando en el intercambio, porque muchas cosas son y funcionan diferente a la “vida real”.
A la vuelta, teníamos que estar a las 6 de la mañana en el aeropuerto para tomar nuestro vuelo de vuelta a Sydney. Cuando llegué al aeropuerto, lo primero que vi fueron las caras largas de mis compañeros de viaje, que habían llegado unos minutos antes, y que me informaron que “la aerolínea argentina” estaba atrasada y que nuestro vuelo saldría 12 horas después de lo presupuestado… por supuesto, mi orgullo latinoamericano quedó por el suelo, y la única oportunidad que nuestro continente tenía de demostrarle al team Europe que tan mal no estábamos había sido desaprovechada… y el hecho de pertenecer al país vecino me hacía un poco responsable de la impuntualidad latina. Algo pudieron reivindicarse nuestros hermanos argentinos porque nos llevaron a pasar el día a un hotel donde nos comimos todo lo que encontramos sacándole el jugo a la inversión que habíamos hecho en el pasaje. Finalmente, luego de 12 horas y media de espera, me subí al avión y todavía me estaba esperando mi “desayuno” Kosher (Andrew, te llevo las recetas hit de Kosher Skychefs).
La vuelta a Sydney me trajo muchos recuerdos de esa primera llegada en Febrero: solo, sin conocer a nadie, sin saber dónde estaba parado y menos qué micro tomar o a dónde ir… mientras que ahora llegaba al mismo aeropuerto con mis amigos, a tomarme la 400 para llegar a Anzac Parade a mi casa.
En esta oportunidad quiero mandarles un saludo especial a mis groupies virtuales que en estos días se han hecho presentes también de manera no virtual a través de cartas y postales de puño y letra que me han emocionado mucho y me hacen estar cada día más agradecido por todo su cariño, su amistad incondicional y su compañía constante. Los quiero mucho a todos y les mando un abrazo muy grande!